Este es un post de invitado de: Marcos Hojman Escritor del libro: Cuentos de/para/ sobre/ con/ arquitectos


Desde nuestras épocas universitarias, aprendimos que la casa es la extensión del cuerpo, el cascarón superior que nos protege por sobre la vestimenta, cubriéndonos como las diferentes capas de una cebolla, dando origen a varias metáforas más que nos vinculan profundamente con “LA MAQUINA de HABITAR” como la denominó LeCorbusier.

Este concepto se arraiga de modo tal en nuestra formación (no sola universitaria), que es inevitable considerar como propio todo lo que rodea a una obra .Como propio pero de nuestro propio cuerpo, con lo cual la vinculación durante todo el proceso se potencia y se torna por momentos enfermizo.

Sin duda es común, lógico y comprensible que en nuestro trato diario con los Gremios nos dirijamos de manera personal para referirnos a “nuestra” obra: “me mandan un camión de arena”, ”me colocas la cerámica del toillette”, “me revisas el freón del

equipo de AA” .La obra somos nosotros. Nos referimos a ella no como una posesión, sino como una parte de nuestro propio cuerpo. Así como sucede de manera similar cuando en una estación de servicio pedimos al playero que nos revise el aire o el aceite: una extensión del cuerpo a la cual tratamos en ocasiones con más cuidado que una herida en un brazo o una úlcera recurrente.

Pero la cuestión comienza a ponerse densa cuando la simbiosis se profundiza demasiado, y nos cuesta despegarnos de nuestra estricta función profesional .El trato se genera extraño cuando nuestro cliente (el verdadero propietario) nos tiene que pedir permiso para entrar, se disculpa vergonzoso por una mala elección de algún elemento (“me quebrás la armonía del espacio!”) y hasta corre a cambiarlo según nuestras premisas.

Mientras, el trato con nuestro socio ya se vislumbra como la disputa por los hijos de un matrimonio al borde del colapso (“TU” plomero me colocó mal la grifería)

Trasladamos algún elemento delicado o costoso en nuestro propio vehiculo por desconfianza hacia los fleteros; o volvemos a última hora, cuando todos se van por si dejaron alguna canilla abierta y chequear que todo esté en orden antes de un fin de semana.

Todos alguna vez hemos caído en la trampa de tratar de resolver rápidamente algún problema y-sin medir consecuencias- cargamos un perfil doble T en el portaequipaje. Quien no le ha negado a algún familiar llevarlo a algún sitio porque “tengo el auto lleno de cosas”, o no recibió más de un improperio cuando su conyugue encontró el baúl espolvoreado de cal o cemento.

Cuando hablamos de nuestros hijos podemos incluso ser menos posesivos que con nuestra obra: siempre es criticada la madre que se queja porque “el nene no me come”, transmite culpa aquella que dice “se me enfermó” y difícilmente escuchemos

casos en donde un padre le solicite al medico que “me lo cure”.Sin embargo, mientras la obra esta bajo nuestra “fecunda” realización, la tratamos como parte de nosotros

mismos, por lo menos hasta el momento de “parir”.

Porque toda esta serie de recaudos y precauciones tienen un sentido y un final .No queremos que todo nuestro esfuerzo se desmerezca por una lámpara que no enciende a último momento o una baldosa mal colocada que junta agua. Nuestro esfuerzo

intelectual también está en juego allí, donde los ambientes parecen demasiados bajos o altos , muy grandes o muy chicos ,oscuros o luminosos .Todo eso somos nosotros, así lo sentimos.

Pero después de la inauguración, la mudanza, o en definitiva la entrega de la obra, esta cobra vida propia , y cuando volvemos por allí nos puede sorprender algún detalle y disgustar una terminación, pero ya sentimos que dejó de ser parte de nuestro cuerpo. Y esto no es desligarse de las responsabilidades, no cumplir las garantías, no hacerse cargo de los errores. Simplemente es haber asumido que ya dejamos de ser una sola cosa, para tomar cada uno su propio camino.

Llegado el caso que el fruto de nuestro Ser nos necesite, responderemos con responsabilidad y atención, pero manteniendo la respetuosa distancia que corresponde. Ante cualquier problemita que surja, diremos de modo adulto “te mando al electricista”, sin que nos quiebre la emoción.

Autor:Marcos Hojman Escritor del libro: Cuentos de/para/ sobre/ con/ arquitectos

Cuentos de/para/ sobre/ con/ arquitectos

En este libro encontrarás algunas vivencias de obra, vistas desde 3 ángulos distintos: el cliente, el gremio, y el arquitecto. Todos alguna vez actuamos en alguno de estos roles. Estas modestas viñetas tal vez no sean del todo útiles para los jóvenes estudiantes o para los graduados, quizás tampoco conforme a sus clientes pasados y futuros, pero al menos funciona como catarsis de un arquitecto de clase media argentino.

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1 comentario

Audrey torres · 1 febrero, 2021 a las 7:59 am

Me encanto, es así y cuando terminemos la obra, hasta nostalgia sentimos, casi como cuando dejamos a un hijo por primera vez en la escuela jejejejeje

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