Este cuento forma parte del libro: Cuentos de/ para/ sobre/ con/ arquitectos escrito por el arquitecto Marcos Hojman 


Ah!!!! ¿Vos sos arquitecto?

¿Hacés edificios? ¿Refacciones también?

-Sí, sí…

Mirá vos, haberte conocido antes. Vos sabes que yo tuve una experiencia bastante fulera cuando me mudé a mi otra casa. No había mucho para hacer, y creí que lo podría manejar con mi cuñadito. Resulta que el pibe en aquel momento estaba terminando el secundario, sí, para Maestro Mayor de Obra, y me dice, “yo te doy una mano y entre los dos lo manejamos”. Mira…, entre nosotros: no estaba muy convencido, tenía que ocuparme de lo mío. Yo estoy en gastronomía, ¿viste? ¡Y ahí, si no estás atrás del mostrador, te pasan como poste!

-Me imagino…

Pero bueno, al pibe lo quiero mucho, así que como conocíamos a un albañil que laburaba mucho por el barrio, lo llamé y me mandé. La verdad que mi cuñado a los diez días se borró porque empezó con los exámenes, el viaje de egresados y todas las boludeces de la edad, y me tuve que ocupar yo. Y si… los pibes son así… Pero… ¡Son jodidos los gremios, eh! ¿No? ¡Que los parió! ¡Me volvieron loco! ¡Vos ya estarás acostumbrado!

-Y si… no es fácil.

Me acuerdo que mi cuñado me dijo que vayamos juntos a comprar los materiales, el Cacho sabe bien y tiene gente que lo ayuda… pero el Cacho en la mitad de la obra se consiguió otra changa en Belgrano, y como sabía que yo pasaba todas las mañanas por la obra no se calentaba más, me dejó al oficial con los dos pibes y no aparecía nunca. Era buen colocador, me acuerdo. Prolijo. ¡La cosa que tuve que hacer el laburo de arquitecto yo! Porque mi cuñado, ya te dije, eligió las cerámicas, después se fue de vacaciones al Sur… ¡Muy inconstante! Imagináte: yo tenía que abrir el boliche antes de las 7 de la mañana. Dejaba todo más o menos organizado y me iba para allá. Y rogaba que no me falte alguno de los pibes del bar, porque si no me tenía que quedar. ¡Y ahí los nervios me comían crudo! ¡Tenía que dejar la obra sola! ¡Con lo jodidos que son todos! Capaz que lo llamaba a mi cuñado para que se acercara él a echar un vistazo, porque recibíamos material o tenía que venir alguno, ¿entendés? Y el tipo, ¿podés creer que dormía como una morsa hasta mediodía? ¿Y qué querés? ¡Si salía todas las noches!

-Los jóvenes son así…

Vos sabes que fui a la marmolería, ¿no? A una que está cerca del boliche, todavía de la época de mi viejo. Ellos habían hecho la barra, gente de años en la zona, ¿no?, de súper confianza. Así que los contrato para que me hagan la mesada de la cocina, y en el hall me gustó un detalle que vi en el piso, una guardita. Para darle un toque, ¿entendés? Si, como no, te mando un colocador, me

dice el de la marmolería, él se ocupa de colocar todo junto. Okey. La idea era que me la traía junto con la mesada para no gastar en flete, si no la tenía que ir a buscar yo con el auto. Okey, hasta ahí todo bien. El tema que para fabricar esa moldurita de mierda estuvieron un mes, y mientras tanto tampoco me traían la mesada. “¡Traéme la mesada, papá!”. “Ya va, ya va, mañana terminamos la moldura y te mandamos todo junto”. Así me tuvieron una semana más. Un día le pido a mi cuñado: “Andate hasta la marmolería y averigua qué carajo pasa. ¡Me quiero mudar! ¡Ocupate un poquito!”. Viene y me dice: “Sí, ya está. Esta semana la traen”. “Bueeeno… esperamos, entonces”. Cuando llega la mesada, ¡no sabés! Primero que el camión supuestamente salió temprano, ¿no?, eso le dijeron al pibe cuando llamó para confirmar. Porque ahí mi cuñado se empezó a ocupar un poco más, ¿me seguís? Pero llegar, la mesada llegó al mediodía, no sé por qué. Llega, se baja el fletero, buen día buen día, me da el remito, va atrás, baja la tapa y se queda ahí, quietito. Yo ya sabía que tenían que venir los muchachos y bajar la mesada, el de la marmolería me había aclarado que tenía que tener gente. Pero el chabón no insinúa siquiera subir para dar una mano desde arriba. Se para al costadito, prende un faso y pregunta dónde hay un kiosco para comprar una gaseosa.

-Son así…

¡Son todos iguales! ¿No? Bue, la cosa que vienen los pibes, bajan la mesada, y, obvio, las molduritas para el hall no estaban. “¿Ya está todo?”, pregunto. “Sí, sí”. Cierra la caja de atrás, “¿Necesita factura?”, me pregunta. “¿Factura de qué?”. “Del viaje”. “Nooo, pará un poco, eso venía incluido, no, no…”. Que sí, que no, ahí al toque lo llamo a mi cuñado: “Quedate tranquilo, yo lo arreglo”, me dice. Okey. Al rato me llama, “pasame con el fletero”, me dice, habla unos minutos, y el tipo al toque se sube a la chata y dice: “Listo, jefe, hasta luego”. Bien por el pibe, pensé. Pero pará, ahí no termina. Faltaba que venga el colocador, así que llamo yo y averiguo. “¿No vino?”, me pregunta el marmolero a mí. “¡¿Me estás jodiendo?! ¡No, no vino un carajo!”. “Okey, ahora averiguo y le aviso a Willy que está llegando”. “¿A quién?”, pregunto yo. “A Guillermo, su cuñado, me dijo que venía para acá”, me dice la piba de la recepción. Ah, mirá vos, pensé: Willy. Ahí empecé a sospechar algo. ¡Qué raro! A la noche cuando hablé con mi cuñado le pregunté para que fue a la marmolería y me contestó que estaba haciendo un laburo de investigación para la facu y les había ido a consultar. Todo bien. Okey, pero vamos a lo importante: “¿Y el colocador?, pregunto yo. “No vino porque no terminó en otro lado, mañana a primera hora está”. Mañana a primera hora estaba enfermo, después se tuvo que ir a hacerse los documentos, y así una semana más. Bue, finalmente llegó. Ese día llegó mi cuñadito temprano, casi conmigo. El colocador, solito, con su bolsito, como si bajara a la Bristol. “¿Dónde me cambio?

¿Qué hay que hacer?”.

-¡Qué bárbaro!

Son increíbles. ¿No? ¿Sabés que no se le movía un pelo? Ya me estaba poniendo loco. Pero me contuve. “Tenes que poner la mesada”, le digo. “¿Cómo se coloca?”. “¡A mí me preguntás! Yo que sé, ¿No te dijeron en la marmolería, no te mandaron un dibujito, instrucciones, nada?”. “Yo me ocupo,  no  te  preocupes”,  me  dice  mi  cuñado.  “Ahora  vemos.  Vos  andá  si  queres  al boliche.

¿Material dónde hay?”. “¿Qué material? ¿Cemento, arena? Ahí tenes algo”, le digo. “¿Sellador?”. “¿Qué sellador?”, “necesita sellador”. “No tengo sellador”. “Ahhhh, si no tengo sellador no  puedo

hacer nada”, se lava las manos el colocador, ¡ya se estaba empezando a cambiar de nuevo! Ahí al toque se mete mi cuñado y lo frena en seco: “Yo voy a comprar, dame plata”.

“Tomá plata y andá a comprar sellador, yo me tengo que ir, pero andá vos a comprar”, le digo a mi cuñado, “no me mandes al pibe que se pierde en el camino. Ya me lo hizo un par de veces que se va “a comprar” y desaparece. ¿Dónde está el pibe?” preguntás, “se fue a comprar”, te dicen, y son las once de la mañana, va y viene con una botella, con un paquete de galletitas, hace los mandados. Se fue a comprar… ¡y el tipo se va a la zona franca de la Triple Frontera a comprar! Puede aparecer al mediodía, si te descuidás, después comen, y así.

-Y si, son así…

Si, ¡pero yo tengo mi laburo y lo cuido! ¡Estos tipos no! Bue, la cosa que me voy para el bar, porque el mediodía en la semana es nuestro fuerte, ¿entendés? Hay muchas oficinas por la zona, así que lo dejo a mi cuñadito con el tema y le pido que me mantenga al tanto. Un poco lo hago para que se vaya fogueando. Lo tengo que dejar que resuelva ¿me seguís? Pero el tipo ni llama, así que tipo 3, 3 y media de la tarde, cuando el laburo va aflojando, lo llamo.” ¿Ah, sí, qué tal? Todo bien, no, no pude llamarte, si, me costó un huevo conseguir el sellador que me pidió, sí: me recorrí como cinco ferreterías, pero lo encontré. Después me das lo que puse porque no me alcanzó”. Me cuenta muy tranquilo. Bueno, bueno, yo ya quería avanzar, no me versées más,

¿pusieron la mesada?, le pregunto. “Y… están en eso, parece que hay algún problemita, pero vos tranqui, me dice, “acá con el muchacho lo solucionamos”. ¡Vos tranqui las pelotas! ¡Me quiero mudar! ¡Tu hermana me está volviendo loco, los gastos me están comiendo vivo! ¡Qué vos tranqui, ni qué vos tranqui! Llamá a la marmolería, voy para allá, le digo, me tomé un taxi y me fui de raje, te imaginás la situación.

-Me imagino…

Cuentos de/para/ sobre/ con/ arquitectos

En este libro encontrarás algunas vivencias de obra, vistas desde 3 ángulos distintos: el cliente, el gremio, y el arquitecto. Todos alguna vez actuamos en alguno de estos roles. Estas modestas viñetas tal vez no sean del todo útiles para los jóvenes estudiantes o para los graduados, quizás tampoco conforme a sus clientes pasados y futuros, pero al menos funciona como catarsis de un arquitecto de clase media argentino.

No. ¡No te imaginas! Cuando llego el tipo está sentado leyendo el diario, y toda la mesada suelta, a un costado, sin presentar, nada. ¿Y? “No se puede poner, jefe”, me dice, “está mal cortada”.

¿Cómo mal cortada? “No coincide”, me dice. ¿Cómo no coincide, si la vinieron a medir? ¿Tenés un planito? ¿Hablaste a la marmolería, Guille? “Sí, ya hablé, pero tranqui”, me responde mi cuñado, “ya lo verifiqué yo, no se puede poner: no coincide, este pedazo es corto y ahí toca el mueble. Hay que cortarle como 5 cm, para ir acomodándola y que quede derecha”. Pará, pará, no corten nada, le digo. Ya me veía a éste destrozando la mesada y después no hay solución. Llamo de nuevo al marmolero, ya estaba medio podrido del tipo, ¿me seguís? “Mañana voy, me dice”. Mañana, siempre mañana. Al día siguiente yo llego casi a las 10:00, está el marmolero y mi cuñado como chanchos: a las risotadas, charlando tranquilos, fumándose un pucho como si fueran amigos de toda la vida. ¿Y? Les pregunto, ¿ya resolvieron todo? “Pará, relajá”, me dice mi cuñado, “recién llegamos”. Okey, siga la joda. Vamos adentro, sacan otro planito, el tipo miiira, miiira, suben la mesada entre todos, la bajan, miiiiran, miden de acá, miden de allá. Cuchichea algo con mi cuñado, con el colocador, otra vez con mi cuñado, ya alejándose de mí como para que yo no escuche, ¿entendés? Yo ya me estaba poniendo muy nervioso. Parecía un comité internacional de astrónomos analizando un meteorito ¡No sabés! Final: “me la tengo que llevar. Te mando el flete”. Dice. ¿A qué hora?, le pregunto. “Hoy no creo”. Otra vez. ¿Y quién lo paga? ¡Ni en pedo lo pago yo!  ¡No  terminaba  nunca!  ¡Ya estaba podrido del tipo! “No, quédese tranquilo, fue un error

nuestro”.”Fue un error de ellos”, se mete mi cuñado, “dejá que yo le hago el seguimiento, vos no te preocupes más”. Bue, me quedo tranquilo. ¿Tarda mucho en corregir esto? “Y… hay que hacer este pedazo de nuevo, y ajustarlo con la esquina, pegar la pileta… pero lo meto urgente”. “Un par de días va a tardar”, acota mi cuñado como si supiera. Un par de días… ¡Un par de días tardó en venir el camión para llevársela! Después me tuvieron como diez días más hasta que lo trajeron bien cortado. Que estaban sin luz, que el oficial tuvo familia, ¡qué sé yo qué más! ¡Mil excusas! Mi cuñado iba todos los días a la marmolería. Un día dice que van a entregar, ¿no? Viene el colocador, pero el camión no llegó. “Yo me tengo que ir, jefe, pierdo el jornal, tengo para hacer otra colocación”. Vos no te movés de acá, le digo. Dijo el marmolero que el camión ya salía. Al día siguiente viene la mesada, pero, obvio, el colocador se fue a otra obra.

-Eso puede pasar…

Alguna vez. ¡Pero a mí me pasaban todas! Mi cuñado lo fue a buscar con el auto y lo trajo. Cuando finalmente están para poner la puta mesada, ya… imaginate, los pintores estaban terminando, me habían entregado la alfombra y los muebles del dormitorio. ¡Yo ya me quería mudar! ¡Mi jermu me quería matar! Y tenía razón, me la pasaba más en la casa que atendiendo el bar. Los mozos me cargaban, mi contador me decía que me iban a entregar el diploma de arquitecto junto con la llave de la casa. Bue, ya estaba en el baile, ¿qué podía hacer? Viene el colocador, le compramos de vuelta sellador, de vueeeelta cemento, de todo. Porque… ¡Vos sabés cómo es! El material que habíamos comprado antes ya había desaparecido. O lo usaron, lo tiraron, lo afanaron… No sé. Ya a esa altura ni quería averiguar. Viene el colocador, con un planito. ¡Bien! Miiiira, miiiiira, miiiide. Mira el plano, mira la mesada, mide la pared, mide de nuevo el mueble, mira  el  plano,  se  queda  quieto,  en silencio… yo digo: ¡La puta! Otra vez pasó algo. ¡Qué carajo!

¿Todo bien, jefe? El tipo cabecea, me mira serio, mira el lugar, mira el plano: “acá cambiaron algo”

¿Perdón?, le digo, ¿qué cambiaron? Nosotros no cambiamos nada. “Pará, pará”, me frena mi cuñado porque yo ya estaba por trompearlo. ¿Qué cambiaron? ¿Qué cambiaron? ¡No cambiamos nada! ¡Al marmolero deberíamos haber cambiado! Yo estaba sacado. ¡Pero sacado mal! Sentía una furia interior como nunca me había pasado. Mi cuñado trataba de manejar la cosa, se hacía el amiguito, cuchicheaba con el colocador, miraba de nuevo los planos. ¿Porqué no llamás a la marmolería para hablar?, le digo. “No tengo crédito”. Tomá mi teléfono. ¡Lo quería matar! Tomá mi teléfono, llamá por favor y aclará el tema. “Algo modificaron”, insistía el colocador. Esto está igual que como ustedes lo dejaron hace veinte días. Tomá, llamá, por favor. El tipo llama, dos, tres veces. Contestador, obvio. Yo por adentro estaba que hervía. Los pintores ahí parados mirando, aguantando la risa, los hijos de puta. El tipo queriendo comunicarse. ¡Imaginate la situación!

-Increíble…

¡De película! ¡Mi mujer cuando le contaba por qué no nos podíamos mudar todavía no me creía! Yo ya estaba harto. Tenía toda la casa lista, pero la cocina no la podía usar. ¡Sin mesada no me podía ir a vivir ahí! Había esperado tanto… ¡Ya está! ¿Cuánto más? Llama, llama. Nada. Me mira, “algo cambiaron” me dice de nuevo y me da el planito. Yo lo agarro, incrédulo, mirando al vacio. Después como que algo me hace click en el bocho y se lo tiro en la cara. ¿Cómo querías que reaccione? ¡Y sí! ¡Algo cambiaron, me dice el hijo de puta! El marmolero no aparece, mi cuñado que se hacía el gran arquitecto, yo con mi jermu montada en un huevo y el boliche que se me caía a pedazos por esta puta obra. ¡Algo cambiaron! le grito, y me le voy encima como para

trompearlo. ¡Algo cambiaron! ¡Al marmolero tendría que haber cambiado, la puta que te parió! Y ahí no más le tiro un derechazo.

-¿Y….?

¡No le pego ni en pedo, te imaginas! El tipo era un mastodonte pero mucho más ágil que yo. Le pifio, trastabillo, y me doy la jeta contra la puta mesada, que estaba apoyada contra el mueble. Mirá, dos dientes, éste tiene una funda. ¿Se nota, no?

-Uh…

Increíble ¿no? ¿Vos crees que el tipo ni se inmutó? ¡Qué hijo de puta! Me quedé ahí en el piso tirado, como un boludo. ? ¡Ni se movió, el chabón! Mi cuñado me alzó y medio a la rastra me llevó a casa, “déjamelo a mí, yo lo manejo al marmolero: ya le agarré los tiempos”, me dice el pibe. ¡Ya le agarré los tiempos! ¡Qué hijo de puta! Yo ya no quería saber más nada. Ni con la casa, ni con la mesada, nada. Bue…, finalmente me voy a casa, me acuesto un rato, tenía la cabeza como un bombo. Dormito un rato, qué sé yo… habré dormido veinte minutos, media hora, pero me desperté más tranquilo. Trato de hablar con mi cuñado, a ver qué novedad, y me es imposible. Dejo pasar un rato, ya me empiezo a poner nervioso de nuevo, llamo a la marmolería, me atienden: “Marmolería, buenos días” me dicen, serio, formal. ¿No? Yo… digo… esta voz la conozco… pero quedo medio descolocado.

-¿Quién era?

¡Guillermo!… ¡Mi cuñado! El tipo me reconoció, obvio, y me contesta muy tranquilo: “¿Qué haces?” ¿Cómo qué haces? Reaccioné yo. ¡Qué haces vos! ¿Trabajás en la marmolería ahora? ¿Me estás forreando? Y ahí entiendo todo, el pendejo empieza a titubear, “no…, no sabés…”, no tiene qué decirme, empieza con excusas, ¿entendés? Se hunde solo el tipo: que el futuro, que la oportunidad. ¡Qué sé yo qué más me inventó! ¡El hijo de puta estaba trabajando en la marmolería y no me dijo nada! ¡Increíble! ¿No? ¡Traéme la mesada y no hables más, le dije! ¡Qué bárbaro!

¿Podés creer? Le das una mano y los tipos se agarran hasta el codo, no les importa si sos de la familia. ¡Un carajo! Okey, te resumo. La cosa que al toque vienen el marmolero, mi cuñado, el colocador, todos. ¿Sabés qué hice? ¿Yo…? ¡Me fui a la mierda! ¡Y sí! Le clavé una mirada asesina a mi cuñadito como diciendo “después hablamos” y me fui para el bar. ¡Basta! Tenía que laburar.

-¿Y entonces?

Al final, cuando volví a última hora estaba la mesada puesta, el plomero conectando la pileta… Quedó. Media torcida en una punta, pero zafamos. Por haberme ocupado yo de todo bastante bien, finalmente. Y por dos mangos, porque al final la moldurita para el hall el pibe me la sacó gratis, y arreglé la mitad del IVA. Así que bien. ¡Pero cómo la sufrí con esa casa! Todo por mi cuñado. Me hizo meter en un quilombo y terminó entongado con los tipos. ¡Qué hijo de…!

-¿Le dijiste a tu señora?

¡Noooo! ¿Cómo le voy a contar a mi jermu? Lo mata. Para ella es su hermanito menor, el genio.

¡Es  inmaculado!  Ni  se  te  ocurra  hablar mal del pibe. No, le dije que hablando con el marmolero

me decía el tipo que estaba atrasado en las entregas porque no tenía gente de confianza, que necesitaba alguien que le maneje las obras y que yo le sugerí que lo contratara a él, que estaba estudiando arquitectura y qué se yo. ¡Se la dibujé para cubrirlo! ¿Entendés? Ahora, sabés que el guacho se dedicó a eso…, sí…, dejó la facultad, le gusta la guita, abrió su propia marmolería, y sí… medio que lo cagó al tipo: le sacó al mejor oficial que tenía en fábrica y se hizo echar. Con la indemnización se compró unas máquinas y se alquiló un galpón a medias con el colocador. ¡Qué vas a hacer! Ahora es un gran empresario de la construcción. Y sí. Agarró una época más o menos buena y pudo crecer. Estamos viendo para empezar unos duplex a medias…

-¡Qué bien…!

Sí, compramos un terrenito. Bah,compramos… ¡Compré! El pibe se está por casar y no pone un mango, yo lo hago más como inversión, ¿Entendés? Y de paso con mi señora le damos una mano. A mí me gusta también el tema. ¡Ojo! yo lo ayudo con el manejo de la gente… Algo de obra aprendí. No es tan complicado. Pero precisamos alguien que se ocupe de los planos, permisos y esas cosas. ¿Vos estás con eso, no? ¿Tenés una tarjeta?

-Sí, sí. Cómo no…

–Okey. Si…, yo estoy más con el tema del boliche. Es una época complicada ¿Viste? Si no estás atrás del mostrador te cagan. Él tiene un arquitecto conocido, pero mucho no me convence, eran compañeros de la facultad. Se dedica más a gestoría. No sé. A ver si todavía me deja pagando. No le tengo mucha confianza. ¿Me dijiste que reformas hacés también, no?

-Ahá.

Genial. Le digo al Willy que te llame y nos juntamos en la semana. ¿Dale?

Autor:Marcos Hojman Escritor del libro: Cuentos de/para/ sobre/ con/ arquitectos

Cuentos de/para/ sobre/ con/ arquitectos

En este libro encontrarás algunas vivencias de obra, vistas desde 3 ángulos distintos: el cliente, el gremio, y el arquitecto. Todos alguna vez actuamos en alguno de estos roles. Estas modestas viñetas tal vez no sean del todo útiles para los jóvenes estudiantes o para los graduados, quizás tampoco conforme a sus clientes pasados y futuros, pero al menos funciona como catarsis de un arquitecto de clase media argentino.

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